“El espíritu emprendedor se puede y se debe fomentar en la familia, y esto se consigue fomentando la iniciativa, la responsabilidad, la creatividad, el esfuerzo y la tolerancia a la frustración de nuestros hijos e hijas. Entrenar estas capacidades, y los valores asociados a ellas, no puede hacerse solamente en las aulas, debe ser un trabajo conjunto de las familias y la escuela.”

A continuación, algunas propuestas.

La sociedad está cambiando a un ritmo cada vez más acelerado, el mercado laboral ya ha empezado un proceso de transformación cuya dirección apenas podemos intuir y nos encontramos en un entorno de cada vez mayor incertidumbre respecto al futuro, pero una de las pocas certezas que tenemos es que ese futuro demanda de la educación un cambio importante, no sólo en los contenidos que se enseñan sino incluso en el foco de lo que pasa en casa y en nuestros colegios y de cómo ocurre el proceso de enseñanza – aprendizaje. La capacidad de trabajar en equipo, de aprender a aprender durante toda la vida y de desarrollar habilidades que sean a la vez altamente específicas y transferibles a nuevos campos estará, sin duda, en el centro del modelo resultante.

 

Hay un acuerdo cada vez mayor en la importancia de desarrollar éstas y otras habilidades del Siglo XXI, usando la terminología de la OCDE. No podemos estar seguros de cuáles van a ser las demandas concretas del mercado laboral dentro de 10, 15 o 20 años, que será el tiempo que pase hasta que nuestros estudiantes se incorporen a él, pero sí tenemos una idea bastante clara de lo que no será: no será un lugar estático ni el éxito estará garantizado sólo con tener una determinada carrera o cierta experiencia previa. Los niños y adolescentes de hoy necesitarán tener capacidades e incluso actitudes que les permitan adaptarse y progresar en condiciones de incertidumbre y cambio. Uno puede intuir que dominar varios idiomas y sentirse cómodo con la tecnología van a ser (ya son) competencias clave, pero en el mismo nivel necesitarán saber aprender de todo tipo de fuentes, establecer relaciones mutuamente beneficiosas con personas en ámbitos diversos o tener una actitud proactiva ante los cambios. En este sentido, intuyo que va a ser fundamental tener una actitud emprendedora. Respecto a este concepto es pertinente aclarar algo: el emprendimiento no se agota con la imagen estereotipada de la start-up exitosa, el solitario y abnegado genio del garaje y el visionario que descubre o genera mercados donde nadie los veía. Igualmente emprendedor es el voluntario de ONG que imagina una manera nueva de recaudar fondos o de financiar proyectos y consigue así mejorar la calidad de vida de sus semejantes y el trabajador que sugiere un cambio que mejora el producto, ahorra en costes o mejora las condiciones laborales de sus compañeros. También creo que hay que huir de los gurús del emprendimiento: coaches con verdades absolutas, recetas definitivas para el éxito y un discurso hueco sospechosamente cercano a la autoayuda.

El espíritu emprendedor se puede y se debe fomentar en la familia, y esto se consigue fomentando la iniciativa, la responsabilidad, la creatividad, el esfuerzo y la tolerancia a la frustración de nuestros hijos e hijas. Entrenar estas capacidades, y los valores asociados a ellas, no puede hacerse solamente en las aulas, debe ser un trabajo conjunto de las familias y la escuela. Las conductas y los valores personales y sociales se adquieren tanto en casa como fuera de esta, generalmente por imitación de las conductas y los valores de las personas que son referentes de los niños y niñas: es un caso de predicar con el ejemplo, más que de dar consejos. Y para conseguir fomentar este espíritu emprendedor las familias pueden hacer muchas cosas: pueden plantear los retos que tenga la familia de manera conjunta, escuchando las ideas que sus hijos propongan para solucionarlos; pueden animar a sus hijos a dedicar tiempo a aquello que les gusta y les motiva, sugiriendo que se atrevan a llevarlo a cabo; pueden no estigmatizar el error, asumir errores propios en voz alta y compartirlos con sus hijos e hijas con normalidad y procurando subrayar el aprendizaje que se haya producido a partir de ese error; pueden dejar que los niños se equivoquen, y arreglen sus propias equivocaciones solos, con una supervisión discreta; pueden dejar tiempo libre a los niños, para que sean creativos; pueden no dar la paga como un derecho, sino gestionarla en función de lo que los niños hagan o no durante la semana; pueden no admitir quejas que no estén argumentadas o no presenten una alternativa…

 

Mientras tanto, la actitud emprendedora que se puede y debe fomentar desde el colegio tiene que ver con aprender a trabajar en equipo de manera eficiente, disfrutando del compañerismo y el esfuerzo compartido; con un nuevo enfoque sobre el fracaso, consiguiendo que nuestros niños y niñas no tengan miedo a equivocarse, generando espacios seguros donde el error se acepte como un componente imprescindible del éxito y del aprendizaje; con una actitud de inconformismo ante la realidad, de mirada crítica sobre sus entornos y circunstancias; con un empoderamiento del estudiante, que cree de verdad que si quiere, puede cambiar las cosas; con una cultura del esfuerzo, del premio intrínseco de haberse esforzado y conseguido superar retos que pensaba inalcanzables, más allá de si eso supone o no un reconocimiento externo; con el convencimiento de que se aprende en todas partes y durante toda la vida, de cualquier fuente, especialmente digitales, y no sólo entre las aulas y los patios; en definitiva, con ser capaces de enfrentarse a realidades aún desconocidas armados de una sonrisa y de mucha confianza en sí mismos.

Entonces sí estarán preparados sin importar lo que les depare el futuro.

Kepa García de Latorre Pérez

Business Enterprise Responsible

La Devesa School Elche

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